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El origen de los charros mexicanos de Salamanca
Los caballeros salmantinos que llegaron a América están en el germen de la charrería del país
El charro es, según la Real Academia de la Lengua, el “aldeano de Salamanca, España y sobre todo de la comarca que incluye Alba, Vitigudino, Ciudad Rodrigo y Ledesma”. Pero también en México “el jinete o jinete que viste un traje especial compuesto por una chaqueta corta, una camisa blanca y un sombrero de ala ancha y una corona cónica alta, con pantalones ajustados para los hombres y una falda larga para las mujeres.
Estos dos significados del término están separados por 9.127 kilómetros y un gran océano. Sin embargo, su origen es común. Y es la unión cultural que quieren impulsar el Ayuntamiento de la capital de Tormes y el estado de Jalisco. La cultura charra llegó a México en esa época llamada Nueva España de la mano de los caballeros salmantinos que llegaron a América en la época colonial. Pero evolucionó de manera diferente a la de esta provincia, eso sí, ligado al caballo y la ganadería, dos elementos que siguen conectando las dos vertientes. En México, el charro se convirtió en la figura de confianza de los terratenientes que no solo cuidaban su ganado y sus bienes, sino que también protegían a la comunidad.
Tras la independencia de España y con el mestizaje, los mexicanos carecían de identidad propia. Fue el emperador Maximiliano de Habsburgo quien, basándose en la figura del Chinaco -hombre del pueblo que luchó en la guerra de la independencia y que participó en la reforma liberal del siglo XIX- confeccionó un nuevo traje, que, por otra parte Lado del Atlántico se convirtió en el traje de gala charro. Posteriormente, esta figura de reminiscencias salmantinas fue cobrando relevancia histórica y generó una red de “trabajo cooperativo en el que los terratenientes se ayudaban en las arduas jornadas de trabajo llamadas herraderos, que consistían en herrar, vacunar, desparasitar y comercializar todo el ganado”, según a la asociación Charros de Jalisco. Estos encuentros, que sirvieron para confraternizar, se convirtieron en auténticas fiestas que se repetían año tras año.
Fue en el año 1920 y luego de los conflictos de la Revolución Mexicana que los terratenientes "quedaron en bancarrota". En este contexto, se vivió el resurgimiento del charro mexicano. En Guadalajara —capital de Jalisco— y "con el pretexto de la práctica ecuestre y el trabajo de campo, se revivió una vez más el trabajo cooperativo, haciendo de este en los años venideros, el deporte que hoy llamamos charrería", explica el grupo mexicano. Una práctica que la Unesco declaró hace apenas tres años Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
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